WIT: UNA PELÍCULA VALIENTE SOBRE LA LLAMADA LUCHA CONTRA EL CÁNCER

La película Wit, escrita y maprotagonizada por Emma Thompson, ha revivido todas las experiencias que sufrí en carne propia y a través de otras personas, las que como yo, han recibido un diagnóstico de cáncer. Si bien el filme se concentra en los tratamientos clínicos experimentales, también ofrece un cuadro abarcador sobre el proceso que comienza cuando se le diagnostica la enfermedad a una persona. Desde ese momento, el paciente (nunca mejor dicho) queda a merced de la industria médica, teniendo que someterse a diferentes exámenes y al personal médico que lo ve de forma distante, como un expediente más. Desnudarse, aguantar la respiración, quedarse inmóvil o colocarse en determinadas posiciones, someterse a procesos y tratamientos dolorosos, mientras observa las caras de indiferencia y de cierto automatismo de las personas que tienen asignados los procedimientos en cuestión, es parte de esta experiencia. A pesar del terror que siente toda persona a la cual se le ha diagnosticado cáncer, tiene que someterse a todos los procedimientos determinados por el personal médico sin que se le explique el propósito ni sus consecuencias. El silencio que suele acompañar a estos procesos contribuye a acrecentar el temor del paciente porque sabe que estas personas están recopilando una información que permitirá determinar la gravedad de la enfermedad. Y el cáncer se sigue considerando una enfermedad mortal a ojos del común de las personas.

En el caso de las pruebas clínicas experimentales, los médicos ven en el paciente un conejillo de indias que le permitirá llevar a cabo el estudio que le han financiado. El resultado de la investigación se convertirá en una publicación que aparecerá en una revista de prestigio y, en el mejor de los casos le traerá la fama, otros estudios y más dinero. En estas condiciones, el paciente se convierte en un número de la muestra y sus reacciones al medicamento, ya positivas, ya negativas, formarán parte del corpus que sostendrá los resultados de la investigación. Al igual que la protagonista de la película, a mí también me dijeron que debía someterme a un trial porque con un cáncer de seno en estadio cuatro, los medicamentos disponibles apenas podrían prolongar mi vida durante un año, como máximo. El médico en cuestión me preguntó si me dolían los huesos, dando a entender que posiblemente ya se habría extendido a otras partes del cuerpo. Me quedé perpleja ante a crudeza con la que aquel médico me estaba contando que mi única opción era participar en el trial, a pesar de que no sabría si me estaban inyectando el medicamento o un placebo. Me dijo, además, como cuestión de hecho, que antes de comenzar el tratamiento experimental tenía que hacerme varios estudios, incluso un examen del cerebro. Al preguntarle por qué tenía que hacerme dicho examen, me contestó que el medicamento que estaban probando era tan bueno que podría afectarme el cerebro. Salí de allí llorando, acabada, convencida de que mis días estaban contados. A diferencia de la protagonista, consulté inmediatamente mi decisión con una amiga paciente de cáncer que llevaba casi una década sometiéndose a diferentes tratamientos para un cáncer de seno que se le había extendido al hígado. Mi amiga me había dicho repetidamente que me sometiera a un tratamiento estándar y esperara a ver los resultados. Sólo a partir de entonces creía ella que debería probar tratamientos más agresivos. Siendo una veterana en estas lides y habiendo sufrido los efectos secundarios de numerosos tratamientos, me merecía más confianza que ninguno de los médicos a los que había acudido en busca de segundas y terceras opiniones.  A diferencia de la protagonista, aunque de primera intención acepté, me arrepentí y llamé a la oficina del médico para cancelar la cita concertada. Para mi sorpresa, el médico me telefoneó para reiterarme lo enferma que estaba y que esa era mí única opción. Lo que percibí en sus palabras y su tono fue una gran presión, no porque le interesara curarme, sino porque se le estaba escapando un número de la muestra que tenía que conseguir.

La protagonista de Wit se entregó sin condiciones a su médico y se enfrentó al proceso con la entereza que había desempeñado en su profesión de profesora. De la misma forma que su verticalidad no le permitía hacer concesiones a sus estudiantes, su valentía no le permitía cuestionar el tratamiento tan agresivo al que la estaban sometiendo y sus consecuencias. Aunque cada día su fe en la medicina convencional iba mermando, no era capaz de cuestionar ni mucho menos romper con el tratamiento. A medida que los efectos secundarios fueron minando su salud, a medida que la soledad se le iba haciendo insoportable, su enorme coraza se fue derrumbando. Wit es una película valiente, cuya dureza nos hace reflexionar sobre las diferentes formas de abordar una enfermedad tan misteriosa como el cáncer.